Altas capacidades, hacia una comprensión adecuada del término
Por un lado, el término “superdotado” se considera una mala traducción del inglés “gifted” (dotado). El prefijo “super-” introduce una connotación hiperbólica que nos lleva a imaginar a un Mozart, un Newton o un Einstein…, lo que restringe enormemente el alcance del término y es poco representativo de la realidad.
La segunda razón es pedagógica. Al utilizar exclusivamente el término “superdotado”, estábamos dejando fuera del foco educativo a aquellos niños y niñas cuyo potencial se expresa en un ámbito específico de la inteligencia: lógico-matemático, verbal, creativo, musical, corporal, etc. Con ello, el sistema educativo ignoraba el desarrollo de talentos singulares. Así, el concepto de “altas capacidades” viene a corregir esta visión estrecha, incorporando perfiles mucho más variados y ajustados a la realidad.
No obstante, a pesar de este importante avance conceptual, aún hoy persiste una gran confusión. Muchos padres y docentes continúan utilizando ambos términos como sinónimos y por ello vamos a tratar de explicarlo de manera sencilla. Las personas con superdotación tienen un rendimiento sobresaliente en todas las esferas del ámbito intelectual, y en términos estadísticos se estima que representan un 2,3% de la población. El concepto alta capacidad abarca un espectro más amplio y heterogéneo. Incluye tanto a los superdotados como a aquellas personas que destacan en uno o varios ámbitos (verbal, matemático, lógico, creativo…), aunque sus capacidades en el resto sean normales. En términos estadísticos estamos hablado de un 10-15% de la población.
Como puede observarse, el término “superdotado” utilizado hasta 2006 era mucho más restrictivo que el actual de “altas capacidades”. Si embargo, a pesar de los años transcurridos, el imaginario colectivo no ha cambiado al mismo ritmo y la gran mayoría de padres y profesores siguen aferrados al viejo concepto. Esto a menudo genera muchas distorsiones y malos entendidos ya que se espera que el alumnado con alta capacidad sea brillante en todos los ámbitos intelectuales y académicos, y cuando esto no sucede, lo cual ocurre en muchos casos, surge la frustración y el desconcierto.
Lo paradójico es que el término “altas capacidades”, que nació para ampliar la mirada y romper con los estereotipos, ha heredado todos los mitos hiperbólicos asociados a la superdotación: dificultades emocionales, falta de habilidades sociales, torpeza motriz… Y, además, con el agravante de que ampliando el grupo de alumnos se generan unas demandas y expectativas académicas en muchos casos inadecuadas.
Por ejemplo, es habitual que se soliciten aceleraciones de curso o adaptaciones curriculares de ampliación, medidas que pueden ser adecuadas en algunos casos de superdotación, pero no en la gran mayoría de alumnos. Muchos alumnos con altas capacidades tienen un rendimiento desigual y pueden presentar las mismas dificultades en determinadas áreas para seguir el ritmo de la clase. En estos casos, la respuesta educativa iría orientada a realizar ajustes metodológicos, una enseñanza más flexible y oportunidades de aprendizaje enriquecedoras.
Otro aspecto problemático es la gestión del diagnóstico. Conviene recordar el estudio de la investigadora Joan Freeman (2015) “Por qué algunos niños con altas capacidades son notablemente más exitosos en la vida que otros con iguales oportunidades y habilidad“, donde se constata que los niños diagnosticados con alta capacidad tenían más dificultades de adaptación personal y social que su grupo de iguales (con similares características intelectuales) pero que no recibieron diagnóstico. Esto sugiere que el diagnóstico debe utilizarse con prudencia, evitando generar presiones y expectativas poco realistas.
La confusión entre “superdotado” y “talentoso” origina frecuentemente diferentes problemas en el contexto familiar en la asunción real de las necesidades educativas que presentan sus hijo/as de altas capacidades intelectuales, y consecuentemente en su intervención. Se pierde de vista el verdadero propósito del diagnóstico: facilitar un desarrollo integral del menor –cognitivo, emocional, social y motor– acorde con sus características y necesidades.
Conocer el perfil individual, ajustar las exigencias, estimular las áreas menos fuertes y potenciar las fortalezas es el camino para que estos niños y niñas crezcan de manera equilibrada y consciente de su propio modo de ser y aprender. Sólo así podremos garantizar no solo su desarrollo intelectual, sino también su bienestar personal y social.
Inter Equipo de Altas Capacidades de los Equipos de Orientación de La Rioja (Noelia Zorzano, Carmen Arpón, Julio Fernández Díez y Silvia Hagemann).
Fuente: Magisnet