LAS RECOMPENSAS Y LOS PREMIOS
Muchos padres y madres a medida que van creciendo los hijos y debido a la experiencia que van adquiriendo como tales confirman el escaso valor educativo de los castigos y sanciones para mejorar ciertos aspectos conductuales de los niños. Es el propio ejercicio el que les permite comprobar que dichas medidas principalmente alteran el mundo emocional de los pequeños, manifestándolo con ira, dolor, agresividad o incluso retraimiento. Ante esta situación abandonan esta práctica educativa y buscan alternativas educativas. Muchos de ellos comienzan a utilizar las recompensas y premios para fomentar la aparición de ciertos comportamientos en los niños, uso que también se está poniendo en práctica en las escuelas. Es frecuente ver salir del colegio a los alumnos de infantil o de los primeros cursos de EP con estrellas, círculos de colores, cartillas de Pupis o sellos en la mano y sus padres esperando los premios de la semana para alabar o exigir. Al principio esta práctica puede parecer que tienen algún efecto reforzador, pero con el paso de las semanas ese efecto se va desinflando.
¿A qué es debido esto?
Aunque existe una fuerte corriente conductista que recomienda este tipo de métodos para la modificación de conducta de los niños, muchas investigaciones señalan que los programas basados en premios, como la economía de fichas (consiste en darle un valor de puntos a cada conducta deseada y al alcanzar un número determinado de ellos canjearlos por un premio. En ocasiones también se retiran puntos al aparecer la conducta no deseada) generalmente no producen cambios estables en el tiempo. La conducta esperada se manifiesta mientras aparece la recompensa y desaparece una vez no es premiada. Generalmente esta técnica es beneficiosa en aquellos casos en que los problemas conductuales tienen su origen en una discapacidad intelectual o trastornos mentales y causen mucho problema al niño, a la familia y al entorno cuando se presentan.
Premios y motivación
Sabemos, a través de algunos estudios, que los premios producen un alto desinterés sobre la tarea que se realiza y que todo el interés se focaliza en el premio. No despiertan motivación hacia la actividad, ni el gusto por realizarla correctamente o hacerla mejor. Los niños, bajo el deseo de conseguir el premio, incluso llegan a simplificarla y a hacerla del modo más rápido. También ocurre que sólo cuando están en presencia de los padres o educadores se presenta la conducta adecuada, pues es el único momento que les interesa ya que están siendo juzgados y se está poniendo en juego la recompensa. Por ello debemos ver con claridad que cuanto más deseamos que un niño presente una conducta menos premios debemos ofrecerle. Las recompensas no motivan a los hijos ni a los estudiantes a mejorar su comportamiento, sino que sólo se ven motivados a obtener premios.
Entender la paternidad y maternidad como un acompañamiento
Cuando entendemos que la aparición de conductas adaptadas al entorno, el desarrollo de habilidades y rutinas y la autorregulación emocional son procesos largos en el tiempo, que necesitan de unas condiciones del niño para poder ser aprendidas, pondremos diariamente los elementos necesarios para que pueda adquirirlas. Los aprendizajes no surgen espontáneamente, ni tampoco porque le repitamos una y otra vez lo que debe hacer. Las nuevas adquisiciones se conquistan cuando el hijo está dispuesto a hacerlas suyas y sus condiciones personales tanto físicas, como neurológicas, intelectuales o temperamentales se lo permiten. Por ello los padres deben acompañarlos en ese crecimiento, mostrándole como adquirir una nueva habilidad, como expresar de un modo más adaptado una emoción; revelándole aquellas cuestiones imprescindibles para cuidar de él mismo y tener bienestar. No se trata de dejar hacer, se trata de enseñar, sabiendo con claridad que es lo que queremos que los hijos aprendan en el seno de cada familia y de cada entorno cultural.
Dolores Armas Vázquez, Psicopedagoga
Colaboración dominical especial de la Asociación de Pedagogía de Galicia “APEGA” con Carriola de Marín