ESCUCHAR Y ENTENDER A NUESTROS HIJOS
Los pequeños conflictos que se producen diariamente en los hogares por los roces y diferencias entre los niños y los padres hacen que se mantenga un ambiente familiar poco acogedor y tranquilo. Detrás de esos choques diarios suele aflorar algunas emociones negativas. Por ello los conflictos generalmente quedan mal resueltos, deterioran las relaciones y desestabilizan la familia. Los hijos, en estas circunstancias cotidianas en las que se establece la relación con sus padres, construyen una parte importante de su personalidad. Se puede fomentar, por tanto, una personalidad insegura, con una imagen personal negativa, con problemas de timidez o agresividad; o un individuo más equilibrado, más seguro y más confiado en sí mismo y en el entorno. Esta variabilidad depende, en gran medida, del modo en que los padres se preocupan de satisfacer las necesidades emocionales de los hijos certera e incondicionalmente. Para esto necesitan desarrollar la empatía y promover la expresión de las emociones.
¿Sabes cómo escuchar para que tus hijos hablen de sus emociones?
Una de los primeros asuntos sobre los que debemos reflexionar es la relación que existe entre lo que los niños sienten y la manera en que se comportan. Todos sabemos que cuando un niño se siente bien y está a gusto consigo mismos, también se comporta bien. No hay grandes asuntos que resolver, ni grandes disputas familiares. No suelen ser niños caprichosos, tendenciosos imprudentes o intolerantes.
Normalmente los padres de estos niños perciben con rapidez a que se debe el malestar del hijo y dan una respuesta rápida y adecuada. Entienden que el hijo y ellos son personas diferentes, capaces de tener razones y emociones diferentes. Escuchan y no suelen negar sus emociones. En ocasiones los padres tienden a hacerlo debido a que desean para sus hijos mucho bienestar y creen que diciéndoles: “No tiene importancia, olvídalo, sonríe, no hay razones para que te pongas así, estás exagerando” conseguirán que se encuentren mejor y olviden, pero no es así. El mensaje que los hijos reciben es “para mis padres es poco importante lo que me sucede, no sirve de nada que exprese lo que siento, es mejor callar”.
Otro comportamiento habitual de los padres ante algún comentario quejumbroso, rabieta o malestar de los hijos es ofrecer una filosófica lección de vida. Comienzan a dar una serie de consejos y lecciones que en muchas ocasiones los hijos son incapaces de poner en práctica porque han sido dados sin tener en cuenta todas las condiciones en que se ha producido el suceso, y lo más importante se están olvidando de tener en cuenta las cualidades, fortalezas y debilidades del joven, que serán los que determinen la manera de resolver sus conflictos.
Otra respuesta que solemos dar a los hijos cuando ellos vienen a quejarse de otra persona o de algo que sucedió en esa relación es, sin preguntar ni interesarnos por todo lo que sintió, defender a la otra persona en la contienda. Buscar razones para justificar el comportamiento del otro y restarle importancia al hecho, quedándose el niño con cierto malestar debido a la incomprensión y al pensamiento que genera la intervención del adulto “no tienes ninguna razón para sentirte cómo te sientes”.
A veces también sucede que se pone en marcha por parte de los adultos una aparente empatía diciéndole al niño “cuéntame lo sucedido, ¿qué te ha pasado?” pero sin siquiera dirigir la mirada hacia ellos. Cuando ellos comienzan a hablar, los adultos continúan haciendo lo que hacían porque lo consideran urgente e importante y queda la voz y el relato del niño en un segundo plano. El niño que busca el consuelo y la comprensión de nuevo observa como no se reconoce su dolor y le alivia, y esto genera mucha rabia de nuevo.
Para ayudar a los niños con sus sentimientos se debe escucharlos con mucha atención, mirándoles a los ojos y aceptando su malestar. Conviene ayudarle a poner un nombre a dichas emociones, para luego buscar con él las conductas y recursos que le pueden proporcionar alivio.
Dolores Armas Vázquez, Psicopedagoga
Colaboración dominical especial de la Asociación de Pedagogía de Galicia “APEGA” con Carriola de Marín