EMPEZAR EL BACHILLERATO
Comenzar el Bachillerato es mucho más que iniciar un nuevo curso. Supone entrar en una etapa donde ya no basta con dejarse llevar por lo que se pide en clase, sino que se requiere un modo de estudiar distinto, más maduro y constante. El Bachillerato no es obligatorio, y por eso implica un compromiso mayor. Quien decide cursarlo está diciendo con ello que quiere continuar aprendiendo, que quiere abrirse camino hacia la universidad, la formación profesional superior o cualquier otra opción futura que precise una base sólida.
Lo primero que se hace evidente en este nivel es la necesidad de un estudio sistemático. Ya no funcionan los repasos improvisados ni las carreras de última hora antes de los exámenes. Es necesario trabajar cada día, dedicar un tiempo mínimo de tres horas, y prolongarlo si el ritmo personal o las dificultades lo hacen necesario. El estudio diario se convierte en la rutina imprescindible, y cuando no hay gusto por aprender, esa constancia se resiente. Mantener la motivación resulta crucial para sostener el esfuerzo en el tiempo.
En comparación con etapas anteriores, aquí se pide una implicación mayor. Los contenidos son más amplios y complejos, pero lo decisivo no está solo en su cantidad, sino en la profundidad con la que deben ser entendidos. Se pide analizar, relacionar, explicar con claridad y no quedarse en la mera repetición de lo que aparece en los apuntes. Las habilidades lingüísticas cobran un peso especial. Saber redactar, interpretar, argumentar y expresar con orden las ideas es una herramienta fundamental, tanto en asignaturas de ciencias como de humanidades. Sin ese dominio, el aprendizaje se resiente y se hace más difícil avanzar.
El Bachillerato exige también capacidad de sacrificio. No basta con tener interés, hay que estar dispuesto a sostener horas de estudio, asumir momentos de cansancio y organizarse para llegar a todo. Esta capacidad de esfuerzo no es solo una condición para aprobar, sino una preparación para lo que viene después. La universidad y la formación profesional superior demandan hábitos de trabajo sólidos, y el Bachillerato es el terreno donde esos hábitos se ponen a prueba y se consolidan.
Ahora bien, no todo es exigencia. También es un espacio de crecimiento personal si se vive con una actitud activa. Los estudiantes que mejor aprovechan estos años saben por qué hacen cada tarea, reconocen lo que ya saben y lo que les falta, buscan información y se convierten en protagonistas de su aprendizaje. Dejan de esperar que todo se les dé hecho y asumen la responsabilidad de avanzar por sí mismos. Esa autonomía marca una diferencia importante.
La motivación juega un papel central. Quien tiene claras sus metas encuentra en ellas la fuerza necesaria para sostener el trabajo. No se trata únicamente de aprobar cada examen, sino de proyectarse hacia lo que uno quiere para su vida. Pensar en la carrera que se desea cursar, en el futuro profesional o incluso en el simple deseo de ser mejor en algo concreto, ayuda a transformar el esfuerzo cotidiano en un camino con sentido. El estudiante que vincula lo que estudia con sus aspiraciones se siente más capaz de perseverar.
En este nivel es necesario además aprender a autoevaluarse. No se trata de esperar a que los exámenes muestren si se ha trabajado bien, sino de comprobar de manera continua si los conocimientos están consolidados. Quien se examina a sí mismo, repasa apuntes con criterio, se plantea preguntas y resuelve ejercicios de prueba, llega a los exámenes con más confianza y menos ansiedad. Esta costumbre refuerza la seguridad personal y evita sorpresas desagradables.
Las estrategias de estudio deben ajustarse al tipo de materia y de evaluación. No se prepara de la misma manera un comentario de texto, una traducción, un problema matemático o una cuestión de desarrollo. Aprender a adaptar el método de estudio a lo que se pide en cada asignatura es un ejercicio de inteligencia que distingue a quienes estudian mucho de quienes estudian bien. Esta flexibilidad es clave para obtener buenos resultados.
El equilibrio emocional no puede quedar fuera de esta ecuación. Un buen estudiante de Bachillerato no es solo quien rinde académicamente, sino quien mantiene una relación sana con su propio esfuerzo. Alegrarse de los logros, valorar el progreso aunque sea lento, sostener la motivación en los momentos de cansancio y conservar el afecto hacia uno mismo resultan igual de necesarios que resolver un examen con éxito. Estudiar en serio no significa vivir agobiado, sino aprender a regularse y a disfrutar también de los avances que se van alcanzando.
El comienzo de este curso es una oportunidad para que los jóvenes que inician el Bachillerato descubran de lo que son capaces. Tendrán que poner orden en su tiempo, sostener rutinas, aceptar momentos de cansancio y aprender a confiar en sí mismos. Será un camino exigente, pero también un espacio donde crecer, construir autonomía y dar forma a sus aspiraciones. Con esfuerzo, constancia y un sentido claro de hacia dónde quieren ir, el Bachillerato se convierte en un puente sólido hacia el futuro que cada uno sueña para sí.
Dolores Armas Vázquez
Psicopedagoga
Colaboración dominical especial de la Asociación de Pedagogía de Galicia “APEGA” con Carriola de Marín